La presencia visigoda en Madrid se inicia sobre el 450 d.C. Este pueblo de origen germánico establece su capital en Toledo y adopta las estructuras sociales y productivas romanas, incrementando el proceso de feudalización y ruralización de la última etapa tardorromana, transformando las ‘villae’ en ‘vicus’.
Madrid aún no ha sido fundado, cosa de la que se encargarán los árabes, pero se tiene constancia de un pequeño asentamiento visigodo a las faldas del monte que daría lugar al alcázar musulmán, en el arroyo de San Pedro, hoy calle Segovia.
En el Parque Lineal destaca el yacimiento de El Jardinillo y el de la Torrecilla, muy cerca de él, necrópolis visigodas muy unidas a la anterior ocupación de la Villa Romana de la Torrecilla.
La ocupación visigoda del Parque Lineal
Estas necrópolis eran tumbas cubiertas con lajas de piedra, tabicadas con mampostería y a veces con una forma rectangular muy característica para la cabeza. Junto a los cuerpos era normal encontrar sus ajuares de escaso valor, normalmente broches, anillos, fíbulas, etc.
Los yacimientos visigodos no están muy extendidos espacialmente, puesto que la inseguridad reinante en la última etapa de la dominación romana, y la fortificación de sus villas, llevó a la población a concentrarse en determinados lugares, apareciendo así los primeros señores feudales que ofrecían cierta protección a sus vasallos, transformando las villae romanas a las vicus mediavelaes.
El yacimiento de El Jardinillo se descubrió durante la explotación de un arenero en el Parque Lineal, junto a la Torrecilla, en Getafe, en el año 1975. La necrópolis que se logró excavar estaba formada por trece tumbas de pobres ajuares, excavadas al mismo tiempo que se extraía tierra del arenero, lo que provocó casi con total seguridad que se destruyera buena parte del mismo.
A estas tumbbas hay que sumar un número indeterminado que sacara a la luz una pala excavadora en el yacimiento de la Torrecilla, excanvándose 3 de ellas.
Es reseñable que los nichos poseían gran número de clavos, por lo que los cadávederes fueron inhumanos en ataudes de madera. También se comprobó la existencia de montones de ladrillos junto a las tumbas, a modo de lápidas para poder localizarlas después.
La falta de ajuares típicos hace pensar que la población era hispanorromana, proviniente seguramente de los pobladores de la Villa de la Torrecilla, aunque ya con tradición visigoda. Lo exiguo de los restos y la pobreza de los mismos no es sino un símbolo de la época que les tocó vivir, un tiempo inestable en el que la desaparición del Imperio y la creciente inseguridad, hicieron menos prósperas las instalaciones agropecarias anteriores, sobreveviniendo una fuerte ruralización de la sociedad.
El lugar, ocupado primero por romanos y reutilizado después por visigodos, será finalmente un centro de defensa árabe donde el islam levantaría la Torre de Abén Crispín, una atalaya musulmana en pleno Parque Lineal del Manzanares.