A principios del siglo VIII los musulmanes penetran en la península venciendo la poca resistencia de la defensa visigoda y gracias a la traición de algunos nobles. Es probable que esta colonización fuera lenta y el producto final una síntesis de ambas comunidadesdes, la invasora y la invadida, al menos en la mitad inferior peninsular. Pasado un tiempo, esta fusión adquirirá personalidad propia con el nombre de al-Ándalus, denominándose así el vasto territorio bajo dominio islámico hasta su expulsión en 1.492.
No acabado el siglo VIII los núcleos cristianos dispersos por el Norte empiezan a organizarse, iniciando una etapa de avances y retrocesos mediante luchas territoriales en pro de incrementar sus territorios y formar pequeños reinos, rivalizando entre sí y frente al supuesto enemigo común. Las zonas fronterizas serán puntos candentes de litigio donde la población se siente insegura. El valle del Duero se mantiene despoblado durante décadas, y no será hasta la formación de núcleos fuertes y líneas de castillos que ganen seguridad, a medida que avance el proceso llamado Reconquista, sujeto a bastante controversia.
En todo ese tiempo se producirá una lenta mezcla de culturas que llegan tanto desde Europa por el Norte, como desde África y Asia desde el Sur, que termina dejando una impronta indeleble en todo el territorio de lo que luego será Madrid y, lo que aquí nos ocupa, en la cuenca baja del Manzanares, que hoy ocupa el Parque Lineal. La toponimia e incluso la división administrativa del territorio que crearan los árabes, ha llegado en cierta medida hasta nuestros días, al igual que ellos se encontraron con la herencia de la cultura romana, red de comunicaciones, obras públicas, urbanismo, modelos de explotación agrícola y ganadera, e incluso el Derecho y las fórmulas de propiedad, que también asimilaron los godos a través de su Código de Eurico, Breviario de Alarico y otras legislaciones.
El Madrid Musulmán
Los árabes llegan a la actual región de Madrid poco tiempo después de la invasión, que van culminando siguiendo el derrotero que les indican las calzadas romasnas, aunque no será hasta el año 852 cuando Muhammad I, quinto emir independiente de Córdoba, hijo de Abderramán II, construya en una colina situada en la margen izquierda del río Manzanares, donde hoy se asienta el Palacio Real, un puesto militar para control y vigilancia del paso hacia el puerto de Guadarrama (Puerto de Balat Tomé-Tablada). En esa misma época también ordena la creación de reductos fortificados en Talamanca, Medinaceli y Esteras. Mayrit, nombre del reducto militar, surge pues, como enclave castrense inserto en la Marca Media de los territorios fronterizos de al-Ándalus que, junto con la Marca Inferior y la Marca Superior, constituirían la franja fronteriza desde Cáceres hasta Teruel, pasando por Toledo, Cuenca y Guadalajara. La Marca Media tenía como capital a Toledo y llegaría hasta la transierra madrileña, o pie de monte de la sierra de Madrid, auténtica frontera natural entre las Submesetas.
La repoblación colonizadora es la mejor manera de asentar y defender un territorio, y ese fue precisamente el papel que le incumbió a Mayrit. Su misión era doble; por un lado como primera línea contención de los ataques y cabalgadas de los cristianos, y por otro, sería en algún momento la base de partida de las razzias y aceifas musulmanas emprendidas cual operaciones de castigo, a partir de la primavera, hacia el norte. Las fronteras se defendían bajo encomienda especial, por determinados nobles designados directamente por los monarcas y dignos de su plena confianza. No en vano eran las llaves del reino.
El título de Marqués, de origen cristiano, nació de esta manera. El que guarda la Marca. Marca medieval con sus lindes territoriales perfectamente señaladas, marcada por la red de torres y castillos a cuyo abrigo iban surgiendo las poblaciones que hoy conocemos, por ejemplo, en toda Castilla La Vieja. La Raya medieval es la línea divisoria entre entidades menores, municipios, sexmos, etc. señalada por mojones. El dicho «pasarse de la raya», es herencia directa de aquella época.
Muralla y Almudaina. Defensa y ciudad en Mayrit
La Kora o distrito mayrití, estaba integrada en el sistema defensivo árabe, abarcando un ancho frente entre el Guadarrama y Somosierra. Siguiendo el valle de los ríos Guadarrama, Jarama, Henares y Manzanares, se articulaba un sistema de atalayas o torres vigías que servían de mecanismo de alerta y prevención de los ataques cristianos, así como de control de paso de viajeros y mercancías, a la vez que, en algunos puntos, constituían lugares de acampada (Askar) para las propias huestes en las campañas guerreras.
Estas atalayas generaban una red efectiva de comunicación, resguardada por partidas campesinas de alquerías cercanas, que usaban las torres para resguardarse en caso necesario, con servidores fijos mantenidos por la población local. Se mantenía así una red viaria segura y por lo tanto transitable, entre Zaragoza y Mérida, plenamente integrada en la Marca Media, que favoreció el desarrollo económico en una época altamente inestable. Gracias a eso, Madrid prosperó y fue creciendo, trasformándose de una pura guarnición militar en una población más populosa que fue elevada a la categoría de madina (medina, ciudad) al poco tiempo.
No cabe pensar en un anterior asentamiento previo al Mayrit musulmán, al menos de cierta entidad. Sí pudieron existir lugares de habitación, pequeños núcleos visigodos o incluso árabes, a orillas del antiguo arroyo de San Pedro –hoy calle Segovia- en la zona de las Vistillas.
Nunca se ha demostrado que en el recinto histórico del Madrid medieval pudiera haber existido un vicus un otro tipo de poblamiento visigodo, si bien los hallazgos dispersos de cerámica u otros materiales arqueológicos, dispersos y casuales, pueden darse en cualquier sitio sin que necesariamente haya existido una aldea.
El baluarte militar de Mayrit se organizó entre dos importantes núcleos muy cercanos entre sí. Por un lado estaría el alcázar o fortaleza para las tropas, situado al norte, sobre los terrenos que hoy ocupa el Palacio Real, con su propia muralla. Por otro lado, al Sur del cerro se situaría la al-Mudayna, o “la ciudadela”, donde la población civil viviría separada por una pequeña vaguada -la Cava de Palacio- fortificándose de manera independiente e impidiendo así sublevaciones de la población mayoritariamente bereber.
El nombre de la catedral de la Almudena no es casual, y se refiere al nombre árabe del asentamiento civil que hoy es ocupada por el templo cristiano y que entonces llegó a contar con su propia mezquita mayor, Mezquita Kebira, luego acristianada como iglesia de Santa María y finalmente solar entre viviendas, ya que fue destruida en el siglo XIX para hacer una manzana de casas, desplazándose el culto religioso al solar vecino que hoy acoge la catedral de Madrid.
La separación de los dos núcleos desaparecería posteriormente con una muralla conjunta que englobaría todo el recinto, mientras en el exterior se incrementarían los arrabales extramuros a partir de casas de labor o viviendas junto a los caminos de acceso a la ciudadela. Igualmente surgieron barrios en torno a los monasterios de San Martín y de Santo Domingo, así como las colaciones en torno a las parroquias. El Fuero Viejo hace fiel recuento de todas ellas.
El primer recinto amurallado se amplió en un momento indeterminado a un segundo recinto. Probablemente en un plazo no muy tardío, tras la conquista cristiana, pues por necesidades lógicas de la guerra se hacía necesario, además de la necesidad sobrevenida tras el aumento de población que fue acogiéndose tras ellas. Además de mesnadas de guerreros, repobladores castellanos, repobladores francos de los reinos pirenaicos, comerciantes y artesanos de diversos oficios, familias de mozárabes se acogieron al modo que hemos visto en otros puntos del territorio, huyendo de las zonas en conflicto; lo que hoy llamaríamos líneas del frente. Valle del Tajo, en primer término.
El nombre de Madrid y los viajes de agua
Para el abastecimiento de agua de Mayrit, los árabes diseñaron un sistema por medio de canales subterráneos que lo traían desde fuentes y manaderos lejanos y era conducido mediante alcantarillas con respiraderos hasta el mismo corazón de la ciudad, donde la población la recogía en las fuentes y caños públicos. Recientemente se han restaurado en la Plaza de la Ópera, los Caños del Peral. Se llamaban viajes de agua, una palabra que deriva del latín via aquae. Las fuentes eran mantenidas en buen uso por los fontaneros, oficio que encuentra aquí su inicio.
Se piensa que Mayrit, derivaba de que el lugar se llamaba Matric en lengua romance, proveniente del latín Matrice o “madre de aguas”, aludiendo al arroyo de San Pedro que discurría entre los dos cerros (hoy barranco de la calle de Segovia). Los musulmanes traducirían este término por el de mayra, o “madre de aguas”, más el sufijo mozárabe -it, que significa “abundancia” (del latín -etum).
Vuelven a ser explicaciones algo especulativas., aunque en árabe, foggaras, juttara o mairas, sirve para denominar estas obras subterráneas.
Ambos términos convivirían probablemente hasta la conquista cristiana, evolucionando el nombre según las facilidades de la población en cada momento para pronunciar de una u otra manera: Matric, Mayrit, Magerit o Matrit, que aún se conserva en el gentilicio.
En cualquier caso, disponer de agua potable fue fundamental para la fundación de Madrid, e igualmente la construcción de la red de viajes de agua para la reconducción desde los veneros y fuentes. Muchos viajes de agua siguieron funcionando hasta casi nuestra época, abasteciendo algunas de las fuentes que encontrábamos antaño diseminadas por las plazuelas y calles de Madrid, como la de la Calle de Alcalá, junto a Correos, por recordar alguna. El primer escudo heráldico de la ciudad recoge estas dos cualidades, aludiendo al agua y a sus murallas de sílex (perdernal), roca mineral que desprende chispas al choque con un eslabón, que aplicado la yesca seca, sirve para encender fuego.
Fui sobre aguas edificada
Mis muros de fuego son
En torno al año 1031, algunas regiones de al-Ándalus se van desmembrando del poder central de Córdoba y proclamando su independencia, adoptando la forma de pequeños reinos de taifa. La presión cristiana va haciendo mella sobre las Marcas musulmanas y en el año 1.085 Alfonso VI se apropia del área madrileña tras la caída del reino de Toledo, transformando este espacio en un sistema político y social diferente, pero aún heredero de las estructuras de su pasado islámico.