Ya hemos comentado que Madrid conserva un patrimonio paleolítico excepcional, concentrado fundamentalmente en los valles de sus ríos Manzanares y Jarama. Allí acudieron animales y humanos, atraídos por la abundancia de agua y alimento. El capítulo anterior «Los primeros humanos de Madrid: los yacimientos de Áridos en Arganda» es un claro ejemplo de ello.
También hemos visto en nuestro episodio sobre «La configuración del paisaje cuaternario de Madrid» como la cuenca de Manzanares y Jarama acumularon sedimentos durante millones de años para luego desaguar y esculpir el paisaje que hoy tenemos el privilegio de poder contemplar. Se conformaron así las Terrazas fluviales de ambos ríos.
Serán esos sedimentos, atesorados por el río en enormes cantidades, los que propicien una explotación industrial millones de años después. Entre esos sedimentos estará la arena que el río depositara en sus antiguas orillas, muy cambiantes a lo largo de los tiempos. Esos sedimentos actuarán como manto protector de los restos animales y humanos que allí fueron a morir. Un verdadero tesoro arqueológico enterrado bajo nuestros ríos.
A mediados del s XX y superada la larga posguerra, Madrid comienza a crecer en un casi completo caos urbanístico. Sus necesidades de arena y grava, muy abundantes en las Terrazas del Manzanares y Jarama, precisaron de la apertura de innumerables areneros en los valles de estos ríos, en pleno corazón del tesoro arqueológico madrileño. Lo más probable es que casi todo lo que por fortuna fuera descubierto, acabara triturado como una parte más del mortero madrileño.
No obstante hay notables excepciones en este periodo, como la del elefante de Transfesa, del que ya hemos hablado y que fuera descubierto por azar en unas obras de ampliación de dicha compañía en VillaVerde Bajo. Corría el año 1958.
Áridos I en el Campillo era conocido desde años antes a la intervención, pero no Áridos II, excavado con verdadera urgencia después de que una pala rompiera el costillar de otro elefante y se debiera detener brevemente la explotación económica en ese área. La inusitada atención nacional e internacional en el yacimiento sería determinante para que no se destruyera.
Será precisamente a comienzos del siglo XXI cuando durante las obras de urbanización de Los Ahijones, en Vicálvaro, afloraron los restos de un taller paleolítico de sílex bautizado como Charco Hondo. La cantidad de herramientas y armas líticas sorprende a los expertos, que afirman que algunos grupos estaban «en posición derivada«, arrastrados por el agua u otro agente, mientras que otros fueron encontrados «in situ«, es decir, en la misma posición en la que fueron abandonadas por nuestros ancestros, arrojando mucha más información y mucho más precisa sobre sus propietarios.
El taller de Vicálvaro, sin datación precisa aún, tendría una antigüedad de entre 200.000 o 300.000 años y sería obra de neandertales o del Homo heidelbergensis, algo complicado de determinar sin una evidencia fósil cercana y con una antiguedad estimada que es frontera de transición entre ambas especies de humanos. La zona se enclava dentro de la plataforma divisoria que existe entre los ríos Jarama y Manzanares justo antes de su unión, formada por elementos duros que resistieron a la erosión del desagüe que originó las Terrazas de ambos ríos. De entre esos elementos duros destacaría el sílex, que serviría después de materia prima para las herramientas del Paleolítico madrileño.
Esta importante zona de captación de sílex paleolítico se situaría en los distritos de Vicálvaro, Vallecas y el municipio de Rivas-Vaciamadrid. El lugar, resistente a la erosión que originó las Terrazas de ambos ríos, estaba compuesto por materiales más duros que, como el sílex, hicieron que este lugar fuera muy frecuentado por las diferentes especies de Homo que vivieron en la región de Madrid para la obtención de la materia prima de sus herramientas de piedra.
El yacimiento de Vicálvaro fue estudiado y cubierto por su «poco interés visual«, según la Dirección General de Patrimonio, pero los descubrimientos en esta zona de «especial singularidad arqueológica» se sucedían conforme lo hacía su crecimiento urbano. Sería precisamente en Rivas-Vaciamadrid, durante las tareas previas a la construcción de la M50, donde los arqueólogos encontrarían abundantes restos de la construcción de herramientas de sílex. El yacimiento de este nuevo taller se bautizaría como «El Quemadero» de Rivas, aproximadamente donde hoy existe el nuevo barrio de la Luna.